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Hace casi dos mil años Pompeya quedó dormida bajo toneladas de cenizas procedentes del volcán Vesubio. Junto a ella sus construcciones, cultura y arte, parte del cual sale hoy a la luz gracias a la investigación realizada por Karin Faber que acaba de convertirse en libro. Aquellas aves de Pompeya. Un paseo ornitológico en el año 79 d.C. muestra –por primera vez– los pájaros de los frescos de esta fatídica ciudad. La autora ha presentado en la revista Aves y naturaleza este importante descubrimiento a través de un reportaje que se expone a continuación.

 

 

 

 

De pájaros y Pompeya

El 24 de agosto del año 79 d.C. el día a día de una ciudad romana de tamaño medio situada a orillas del Mediterráneo, en la bahía de Nápoles, se vio bruscamente interrumpido. Toneladas de cenizas tóxicas se precipitaron sobre Pompeya y otras partes de la Campania. Pompeii desapareció de la faz de la tierra y cayó en el olvido hasta el siglo XVIII, cuando se redescubrió y sus restos se fueron sacando a la superficie mediante costosas excavaciones. Irónicamente, la catástrofe que causó la muerte de al menos 20.000 personas tan solo en Pompeya ha obsequiado a los ciudadanos del siglo XXI la posibilidad única de visitar, ver y tocar lugares donde vivieron ciudadanos de un imperio que abarcó casi todo el mundo entonces conocido.

El libro Aquellas aves de Pompeya. Un paseo ornitológico en el año 79 d.C. sugiere una visita a las ruinas de Pompeya guiada por un interés común a todos los aficionados a la ornitología: encontrar aves. En este caso, aves que están allí desde hace dos mil años, dibujadas en sus muros. Los romanos decoraban sus casas –siempre acorde al nivel adquisitivo del propietario– con mosaicos en el suelo y frescos en las paredes. Los temas de esas pinturas solían ser mitológicos o costumbristas y, aunque minoritariamente, también paisajistas. En este último caso es donde podía encontrarse, entre arbustos y ramas de árboles trazados con mayor o menor destreza, nuestro objetivo, un ave. O más bien podríamos decir hasta hace bien poco “rara avis”, pues apenas hay estudios que incluyan a los pájaros cuando se describen los frescos pompeyanos.

 

Garza real representada en la Casa della Venere in Conchiglia ©Fotografía: Karin Faber

Garza real representada en la Cas della Venere in Conchiglia ©Fotografía: Karin Faber

Esta ausencia fue lo que me motivó a emprender una investigación que ha desembocado en la publicación de este libro. Para ello confeccioné una cuadrícula a partir de las menciones que hallé sobre aves en diferentes libros de texto, estudios, artículos y enciclopedias que forman parte de la ingente bibliografía creada por estudiosos de todas las nacionalidades o largo de 300 años, desde que fuera descubierto en época del borbón Carlos VII de Nápoles (Carlos III de España) tan insólito lugar.

 

Un safari
‘ornito-arqueológico’

Mi mapa consistía en una lista de 150 citas dispersas por las nueve regiones en que los eruditos han dividido la antigua ciudad, ordenada por región, manzana o ínsula y número de casa. Más de 50 visité y exploré desde el vestíbulo, atravesando el atrio hasta el peristilo y pasando por todos los cubículos en busca de los pájaros reseñados. Aunque la mayoría de las casas se encuentra en un estado lamentable, realmente ruinoso, la satisfacción de hallar algún retrato de ave era totalmente comparable a la del encuentro con un ejemplar en la naturaleza. Y, al igual que cuando se va de “pajareo”, la identificación a veces no era nada obvia, bien por el mal estado de conservación del fresco, bien porque el artista no hubiera sido muy riguroso a la hora de dibujar el ave.

Entre las especies observadas en las casas pompeyanas se encuentran busardo ratonero, cernícalo vulgar, gaviota patiamarilla, abubilla, golondrina común, colirrojo tizón, arrendajo, curruca capirotada o carbonero, por poner solo unos ejemplos.

El libro muestra 50 frescos y los enfrenta a fotografías de las mismas especies, algunas de ellas en posturas sorprendentemente similares a las pintadas. Junto a las imágenes, breves textos sobre su biología, comportamiento o alimentación, además de comentarios de autores clásicos. Los frescos van acompañados, además, del nombre y las coordenadas de la casa donde se han tomado las imágenes. Algunas están abiertas al público, otras pueden estar en proceso de restauración y otras clausuradas con un inmenso candado. En estos casos, si se habla con los vigilantes uniformados del recinto, es posible lograr que las abran por unos minutos.

 

Pinturas pompeyanas de calamón y martín pescador enfrentadas a la especie real a la que representan. © Karin Faber

Pinturas pompeyanas de calamón y martín pescador enfrentadas a la especie real a la que representan, tal y como aparecen en «Aves y naturaleza». © Karin Faber

 

Al entrar en Pompeya con este objetivo, es fácil que el visitante caiga preso de la fascinación que ejerce la conjunción arqueología–arte–aves. Y también es fácil que, a medida que avanzan por este safari “ornito-arqueológico”, le surjan –como a mí– preguntas acerca de la razón de su aparición: por qué unas eran más frecuentes que otras, o por qué algunas aparecían en compañía de otras o dentro de una composición con figuras humanas.

 

El componente mágico de las aves
La curiosidad me hizo volver sobre los escritos, esta vez sobre los autores antiguos y los historiadores que los interpretan, resultando ser la Naturalis Historia de Plinio el Viejo una fuente de aclaraciones y de nuevas sorpresas.

No cabe duda de que para los romanos –una sociedad sumamente interactiva con la divinidad y que hoy calificaríamos como altamente supersticiosa– los símbolos que permitían interpretar la voluntad de los dioses eran importantísimos. Los sacrificios eran una manera de interactuar con los dioses, pero no la única, pues el comportamiento de los animales era también interpretado como expresión de su voluntad, siendo expertos en tal actividad los augures, personajes de gran prestigio. Las aves aportaban, más que cualquier otro animal, una componente mágica a las cábalas, porque vuelan, cantan, están cubiertas de plumajes variados y, en suma, escapan al control humano.
Podían estar presentes y mediar en muchos aspectos de sus vidas, por lo que para un romano mirar un ave significaba mucho más que para nosotros. Estaban presentes en la religión, en la economía del sector agrario y cinegético, en la vida privada como ayuda al amor o a la salud, en el ámbito familiar como mascotas y en el público como objeto de juego y diversión.

 

Representaciones de papagayo (Casa de Vettii), flamenco (Casa della Fontana Piccola) y rabilargo (Villa dei Poppea, Oplontis), en distintas edificaciones de la ciudad.

Representaciones de papagayo (Casa de Vettii), flamenco (Casa della Fontana Piccola) y rabilargo (Villa dei Poppea, Oplontis), en distintas edificaciones de la ciudad.

Águilas para Júpiter,
cisnes para Apolo

La relación de ciertas aves con algunos dioses era tal que llevaba a confundir la representación del pájaro con la invocación de la deidad. El binomio más famoso es el de Júpiter y el águila. Suele aparecer a sus pies y alguna vez lleva entre sus garras un haz de rayos, atributo del invencible dios. No en vano el águila se convirtió en la insignia de las legiones. La esposa Juno y la hija Minerva, que con Júpiter conforman la tríada capitolina, es decir la suprema divinidad, también tenían sus aves consagradas: el pavo real y el mochuelo, respectivamente. Los cisnes estaban vinculados a Apolo y los gallos a Mercurio.

Siguiendo con el significado religioso, era importante el papel de las aves como ofrenda a los dioses. Las paseriformes eran sacrificadas en los altares domésticos a los lares y penates, encargados de la prosperidad del hogar. Para congraciarse con los dioses mayores, los animales debían ser más valiosos y ser sacrificados públicamente. En época de Calígula entre las víctimas se contaban flamencos, pavos reales, urogallos, pintadas y faisanes. Fue precisamente sangre de flamenco la que salpicó a este emperador durante un sacrificio, lo que se interpretó acertadamente como un mal augurio al morir horas más tarde asesinado.
Ya sea por su relación con los dioses, ya por el papel desempeñado en antiguas leyendas y fábulas, los romanos atribuían poderes específicos a ciertas aves, ninguno de los cuales tiene, obviamente, fundamento científico. Así, el torcecuellos hacía volver al amante, la oropéndola era capaz de curar la ictericia, los nidos de martín pescador aliviaban los eccemas y el pavo real vivía casi eternamente. Esta cualidad fue reconocida incluso por los primeros cristianos, existiendo pilas bautismales con su imagen en
las catacumbas.

Sin embargo, el principal destino de las aves era el de alimentar a la población. En los mercados se vendían zorzales, mirlos y otros pajaritos procedentes de trampas colocadas en el campo. Perdices, codornices y becadas eran cazadas por técnicas varias, como por ejemplo la de llevar un ave rapaz que acaparara toda la atención del ave perseguida y poderla así atrapar. La cría y el engorde de gansos, palomas y otras aves de corral viene minuciosamente descrita en varios tratados del siglo I de nuestra era e incluso anteriores. Y no faltan recetas de la época de Augusto para preparar todo tipo de aves. Llegaban a cocinarse cigüeñas y en los banquetes no faltaban faisanes, capones y pavos reales. Extravagancias de épocas tardías incluían lenguas de ruiseñor o sesos de flamenco.

 

En compañía de calamones, cotorras o cuervos
Como animales de compañía, las aves tenían su lugar en las casas y en los templos, siendo el calamón un habitante frecuente de los lugares sagrados. Niños y mujeres jugaban con aves domesticadas tomándoles gran afecto. Ovidio cuenta lo muy afligida que quedó la dueña de una cotorra cuando esta expiró dedicándole como últimas palabras “Corinna, vale”. Otro poeta, Catulo, relata, celoso, cómo un pajarito no se separaba de su dueña picoteándole las puntas de los dedos. Pero lo que más les atraía a los romanos era la capacidad de algunas aves de articular palabras o repetir sonidos, de manera que, aparte de las ya citadas cotorras, eran amaestrados todo tipo de córvidos, que podían alcanzar precios altísimos. Otro negocio enraizado en el carácter lúdico de los romanos era el entrenamiento de gallos y codornices para las peleas, que eran espectáculos muy populares. Se realizaban apuestas y al animal ganador se le entregaba un trofeo.

 

Fresco de gaviota encontrado en una de las casas pompeyanas. © Fotografía: Karin Faber

Fresco de gaviota encontrado en una de las casas pompeyanas. © Fotografía: Karin Faber

 

De ‘birding’ por Pompeya

Para los fans del “birding”, el libro incluye un anexo con tres itinerarios, apartados de la muchedumbre, para una visita tranquila donde las ruinas se alternan con el avistamiento de ciertas aves de la Campania. Un “check-list” con 45 especies registradas durante varias visitas en distintas épocas del año proporciona una expectativa realista de las que se pueden observar. El tercero de los itinerarios es el más largo (de una hora de duración). Parte desde el centro del recinto, el Foro, y es el más relajado, invitando a tomar la merienda en un área recreativa nada frecuentada que se encuentra a medio camino. Todo un relax, especialmente en épocas de calor.

 

Ficha del libro:

Autora
Karin Faber, fotógrafa de naturaleza, con aportaciones de José María Luzón, arqueólogo y académico, y Mark Walters, historiador y ornitólogo.

 

Foto Karin IMG_4810rUna apasionada de la naturaleza

Karin Faber -tal y como señala Eduardo de Juana en el prólogo del libro- combina el gusto por la historia y el arte con la pasión por la naturaleza, los pájaros en particular. Además es una excelente fotógrafa y empedernida lectora, cualidades que se aprecian en las páginas del libro. Destaca especialmente «su tesón, que la ha llevado a conseguir apoyos -entre ellos el de SEO/BirdLife- y permisos, viajar una y otra vez a Pompeya y no cejar hasta ver editada su obra; esta original mezcla de pinturas romanas y de aves fotografiadas en libertad, adornada por textos breves pero informativos y plena amenidad y entusiasmo».

 

Editado por 

Karin Faber y la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Madrid, 2016. 181 páginas. 25 x 17 cm. Tapa dura

Estudio bilingüe español-inglés de las aves representadas en los frescos de las casas pompeyanas en comparación con los pájaros reales actuales; se acompaña de una descripción de la domus romana y del papel mitológico, alimenticio y lúdico desempeñado por las aves en la antigua Roma. Con abundantes ilustraciones y primeros planos de las 50 aves seleccionadas.

 

El libro se puede adquirir en la tienda online de SEO/BirdLife.

 

Reportaje publicado en el nº 22 de Aves y naturaleza

 

 

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